Por Laura Berdejo
Cerca de la capital, rodeado de campos, viñedos e historia se encuentra Colmenar de Oreja, un municipio de unos 9.000 habitantes cuyo centro histórico ha sido declarado Bien de Interés Cultural, cuyas tinajas centenarias siguen poblando bodegas de diversos hogares y cuyos vinos hacen la delicia de sus vecinos, de Madrid y, más allá, del reino.

Fuimos a pasar un día fresco de diciembre con una agenda densa y sorprendente: visitar dos bodegas, ir a un museo, conocer una casa rural, pasear, comer, catar, pasear por cuevas, ver tinajas, escuchar historias… A primera vista parecía un programa doméstico y liviano, pero en cuanto nos adentramos en la profundidad de este pueblo entendimos que el tiempo era poco para abarcar tanta intensidad, tanta fuerza y tanta oferta.

Empezamos por visitar Bodegas Peral, un negocio de tradición familiar – viticultores desde 1882 nada menos – que tiene sus instalaciones en medio del pueblo y que se visita siguiendo un circuito mágicamente circular que empieza en una tienda/boutique, sigue por un pasillo que desemboca en la propia bodega, pasa por una cueva con tinajas milenarias y se cierra con una aparición misteriosa por otra puerta de la tienda por la que se accede a la enorme sala de catas con ventanales. Ahí tuvimos el privilegio de probar – de buena mañana – tres vinos magníficos y un queso manchego de aplauso. Empezamos por un vino blanco fino (Sobremadre Blanco, 100 % Malvar), seguido de un tinto llamado Menina Crianza (85% tinta de Madrid, 15% cabernet sauvignon) y por un excepcional multivarietal blanco llamado Arabía que Jesús Peral Fernandez, enólogo y propietario dedicó a su hermano. “Es un vino raro, como mi hermano”, nos dijo, y resultó ser un vino magnífico de excelente factura, originalidad, finura y con un carácter envolvente. Las uvas que contiene son Colorailla, Malvar y Sauvignon Blanc. Aunque no estaba en los planes, Jesús también descorchó un clarete fresco 80% malvar y 20% tempranillo.

Antes de visitar las Bodegas Pedro García, otra joya enológica del pueblo, pasamos un buen rato en el Museo del pintor Ulpiano Checa, un talentoso artista natural de Colmenar, de la talla de los mejores pintores de finales del XIX y principios del siglo XX español: retratos, bodegones, cuadros de viajes, paisajes… Un grandísimo pintor que, poco a poco, el pueblo está dando a conocer a través de exposiciones itinerantes o en las colecciones permanentes de grandes museos como el Prado.
Después del museo, regresamos al mundo del vino. Las Bodegas Pedro García también tienen cuevas: pasillos y pasillos repletos de tinajas de barro en perfecto orden junto a los que se despliega una sala de catas con paredes en piedra, unas modernas rampas que permiten el acceso a las catacumbas de las tinajas y una acústica agradecida donde los catadores pudimos charlar alegremente sin que retumbaran los ecos de las conversaciones. En la mesa: Un blanco con Sauvignon Blanc y Malvar de 2024, un tinto roble con 8 meses en barrica de 2023 (Merlot, Tempranillo y Syrah) y quesos y embutidos de la zona.
Buen vino, buena cocina y pelotas de fraile
De la bodega dimos un corto paseo al restaurante, situado a escasos metros de la plaza, en un cruce de calles rurales y bucólicas, esquinas cuidadas, una enorme iglesia, una plazuela empedrada y algunos árboles. En el restaurante Crescencio comimos ibéricos, queso, varios entrantes locales y dos exquisitos (y abundantes) platos típicos del pueblo: la poza de Colmenar con una croqueta de cocido y la ternera al desarreglo con patatas chulas. Terminamos – quienes tuvieron espacio para hacerlo – con una tarta de queso perfectamente elaborada y con las pelotas de fraile. La receta se remonta ¡al siglo XVI! y en su elaboración participa, entre otras exquisiteces, el vino blanco de la zona.

La excursión se cerró con la visita a la casa rural Los Tinajones. Ya estaba cayendo la tarde. En pleno centro de pueblo, enfrente de Bodegas Peral, cerrando el círculo, Mercedes nos guió por las habitaciones, patios, fuentes y piscina que contiene su casa rural recién reformada en la que nos entraron ganas de pasar un fin de semana.
El panorama enológico de Colmenar, durante mucho tiempo casi un secreto, empieza a divulgarse a voces. La uva madrileña Malvar es el estandarte de sus vinos blancos, como lo son otras variedades que se han adaptado al medio. Con el vino, emergen entre paisajes y esquinas evocadoras, menús deliciosos, retazos de historia y un turismo rural y sensato que llama a la desconexión y al relajo. Segunda ciudad más poblada de la provincia de Madrid hasta mediados del siglo XIX, hoy es un destino altamente recomendable para quienes gusten del buen vino, la buena mesa, la tranquilidad y la hermosura del campo.























